El doctor Fausto en la literatura (VI)

La puerta se me abre ahora, querido Vicente, para pasar —¡terrible tránsito!— de la obra magna de Goethe a mi pobre versión castellana, y al hablar otra vez de ella vuelve tu nombre a mis labios, sin duda porque necesito toda la benevolencia de los amigos para seguir adelante.

    Te diré, ante todo, que no encontrarás aquí más que la primera parte del Fausto. ¿Por qué no la segunda? Porque su traducción parecióme mucho más dificultosa y mucho menos agradable, y no era cosa de emprender tan ardua tarea cuando no pensaba en publicar mi trabajo. No renuncio a completarlo; pero esto sólo será en el caso de que no sea adverso el juicio del público en este primer ensayo, y de que tenga yo más adelante el vagar que ahora me falta para esos estudios.

    Hecha esta advertencia, te diré también que si algo me anima y disculpa es lo poco leído y lo mal conocido que es en España el poema de Goethe. En Italia sucedía, poco ha, lo mismo. «No lo creerán los extranjeros, decía Eugenio Checchi en el prólogo de la traducción de Andrea Maffei (Tragedia de Wolfgang Goethe, 1873); pero entre nuestros literatos de profesión son poquísimos los que conocían el Fausto de Goethe. Muchos hablaban de él, pero era solamente de oídas.» La traducción de Maffei, escrita en hermosos versos, ha acabado en Italia con esa ignorancia de obra tan famosa. ¡Pudiera yo lograr lo mismo en nuestra patria! No había aquí versión alguna de ella que fuera soportable hasta que se publicó recientemente la de don Guillermo English, 1878,revisada y prologada por el señor Juan Valera, a cuya completísima pluma se deben, si no estoy equivocado, los cortos fragmentos traducidos en verso imitando lo hecho por Gerard de Nerval y otros traductores franceses que recurrieron a la rima solamente en los coros, himnos, canciones y otros pasajes en que prevalece lo lírico sobre lo dramático.

    Considero muy apreciable esta traducción del señor English: está bien ajustada al texto original y escrita con frase sobria y lacónica. Quizá este laconismo se lleva al extremo de hacer el estilo algo duro. Pero esta publicación, por su forma especial, no extenderá mucho entre nosotros el conocimiento de la obra de Goethe: producto de una explotación editorial más bien que de un propósito literario, este libro, lujosamente impreso y magníficamente ilustrado con grabados y fotograbados, es un volumen muy grande, con mucho papel y letras como lentejas, propio para hojearlo encima de una mesa, mas no para leerlo cómodamente.

    Por otra parte, la traducción en prosa de un libro escrito en verso, podrá satisfacer al conocedor consumado que rehace en su imaginación la obra primitiva, peor no contentará a la generalidad del público. ¡Extraño encanto en del ritmo y la rima! Parece cosa pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo responde a algo tan propio de nuestro ser que sin ella pierde gran parte de su atractivo la poesía, aunque parece que ésta consista en cualidades más sustanciales e íntimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien, que fuese tan poeta el traductor como el traducido. Gerard de Nerval, refiriéndose a la suya y a las publicadas antes en Francia, decía que consideraba imposible una traducción buena del poema de Goethe. «Quizás, añadía, alguno de nuestros grandes poetas pudiera dar idea de él con el encanto de una versión poética; pero como no es probable que ninguno de ellos someta su numen a las dificultades de una obra que no ha de reportarle gloria equivalente al trabajo invertido, preciso será que se contenten, los que no pueden leer el original, con lo que nuestro celo ha de ofrecerles.»

    Algo más osado que Nerval arriesgo yo la traducción en verso, no sin cerciorarme antes de darla a la prensa —quiero que conste así— de que no pienso escribir, por ahora, la que tenía en mientes el señor Valera, que por lo visto juzga también insuficientes, ya que no inadecuadas, las versiones en prosa de este libro eminentemente poético.

Nota en la carta

El señor Sánchez Moguel, investigador diligente, en la citada Memoria acerca del Mágico prodigioso, cita tres traducciones castellanas del Fausto anteriores a la de señor English, publicadas las tres en Barcelona: una de Francisco Pelayo Briz, 1864; otra anónima, inserta en la revista literaria La Abeja, tomo IV; y otra de don José Casas Barbosa, 1868. Todas ellas sólo de la primera parte.

    Conozco otra traducción, impresa también en Barcelona en 1876, en la Biblioteca titulada Tesoro de Autores ilustres, que se publicaba bajo la dirección del señor Bergnes de las Casas. Esta versión se dice en la portada que está hecha en presencia de las mejores ediciones, por una Sociedad literaria. Comprende la primera, la segunda parte y los Paralipómenos. Estos Paralipómenos, que algunos titulan tercera parte del Fausto, son fragmentos sueltos que Goethe escribió en sus últimos años y se refieren a varios pasajes del poema, completamente terminado en la segunda parte.

Autor
Redacción