Las palabras de Zaratustra (II)

Hay un tipo de ceremonias rituales que implica la preparación y el consumo de una bebida de la inmortalidad (ambrosía en griego, amrita en sánscrito), a la que, por mantener el secreto, se la denomina zumo (soma en sánscrito, haoma en iranio). Se afirma, generalizando y en torno al misterio, a lo sobrenatural, que, por ejemplo, los dioses del Olimpo griego o los Adityas de la India védica beben este néctar con regularidad para asegurarse una vida eterna.

    Obviamente, el uso y disfrute de la por así decir poción mágica, no estaba al alcance de cualquiera. Pero la prebenda, esta distinción golosa, fue decayendo en el ritual hasta desaparecer o ser prohibida. En Irán, pongamos por caso, Zaratustra proscribió su uso, y a la vez los sacrificios cruentos, usualmente relacionados, hacia el siglo VII a.C.

    Zaratustra es un reformador de las viejas creencias, de los antiguos ritos y de la pretérita cosmogonía imperante hasta su advenimiento como palabra y hecho; con su proceder alteró la teología lo que dio lugar, consecuentemente, a la desaparición de partes de la religión tradicional contenidas en el libro sagrado del Avesta. Modificado por Zaratustra, el Avesta continuó rigiendo como el libro sagrado del mazdeísmo o Zoroastrismo.

    El Avesta, no obstante, alcanzó su forma definitiva con la dinastía sasánida, cuando el zoroastrismo es consagrado como la fe nacional o Buena Religión.

    Zaratustra escogió el nombre de Ahura Mazda (o Ahura Mazdâ), el Señor Sabio, para destinarlo como dios supremo, al que recomienda consagrar un culto exclusivo; de esta manera quedaba repudiado el anterior centro del panteón iranio: Mitra (o Mitra), y el resto de dioses. Esta doctrina parece haberse difundido, primeramente, entre los medos (habitantes de la Media, región fronteriza con Asiria). El historiador y geógrafo Heródoto explica que la función sacerdotal entre los medos era privilegio del clan de los Magos (maga), y que éstos eran prestigiados en todo el territorio iranio; por lo tanto, su conversión incrementó y avaló la fama de Zaratustra. En la época de Platón, los griegos asociaban la sabiduría de los Magos, esto es la magia, a Zoroastro (Zaratustra), a quien consideraban un semidiós refiriéndose a él como el hijo de Ahura Mazda.

El símbolo y su alojamiento. Los Templos del Fuego (Atar). El sacerdote (Zaotar)

La reforma zoroástrica impedía la multiplicación de los símbolos religiosos, por lo que los templos iranios, a diferencia de los griegos y latinos (y a todavía más distancia ritual de los pueblos antepasados que veneraban al Dios-Fuego al aire libre), reservaban al fuego, que es el símbolo de la deidad por excelencia, los honores de una construcción en exclusiva (pyrea). Los edificios dedicados a este Fuego mágico (Atar), de sabiduría, de veneración al dios del Bien, Ahura Mazda, se caracterizan por disponer de una cámara cuadrada en la que el fuego sagrado arde perpetuamente; unas aberturas permiten a los fieles observar la llama.

Templo del Fuego conocido como Kaaba de Zoroastro (Zaratustra), en Naqsh-i Rustam (cerca de Persépolis). Fotografía de Lucien Hervé.

    El sacrificio (incruento) se celebra a distancia, reverencial, de este fuego permanente, en una habitación rectangular, cuidadosamente orientada, donde se encienden uno o más fuegos para uso exclusivamente del ritual correspondiente. Queda establecida la diferencia; este segundo fuego, o fuegos, es el acogedor y tramitador de la ofrenda, es el subordinado del Fuego-símbolo que representa la imagen terrenal del Señor Sabio. La función mitológica del fuego subordinado consiste en asegurar y mantener las relaciones entre el mundo de los hombres y el de los dioses.; al primero se le dedican las plegarias personales y los himnos de alabanza, al segundo se le pide que reúna a las divinidades a las que se dedica el sacrificio y les transmita la comida preparada para ellas. En síntesis, el primero es un Gran Dios, Ahura Mazda, mientras el segundo, Atar, es un portador de noticias, un ángel mensajero pero también un fedatario, un a modo de juez.

    Esta faceta doble del Dios-Fuego evidencia porque los iranios, y los indos, nunca han disociado los dos aspectos de una divinidad que consideraban única. El fuego mágico recibe las ofrendas y las distribuye entre los destinatarios porque escucha la invocación (súplica, llamada) hecha por el sacrificante al comienzo de la ceremonia y de interpretar, a medida que transcurre el culto, las palabras del invocador. Las plegarias, esporádicamente públicas, generalmente mentales, son transmitidas en el mismo acto a su destinatario, lo que implica que el Dios-Fuego es capaz de leer en la intimidad, el corazón, de los hombres.

    El papel del sacerdote, el zaotar, es determinante, pues se encarga de la ofrenda y de la invocación como representante de los humanos ante el Dios-Fuego, a la par que éste es el representante de las divinidades del panteón ante los humanos.

    Zaratustra era zaotar, lo que le aseguraba una relación continua con el fuego mágico y explica porque siempre aduce a la llama sagrada como testigo de la pureza de sus intenciones reformadoras. Se comprende a su vez la elección del fuego como símbolo de la majestad de Ahura Mazda.

El haoma

En época remota, determinados sacrificios solemnes —aquellos fuera del culto doméstico— comportaban la preparación de una bebida de inmortalidad, el haoma, que consumían los fieles después de haber arrojado al fuego la parte correspondiente a los dioses. Esta práctica se detecta en todo el dominio indoeuropeo y parece que va ligada a una forma de culto esotérico, exclusivamente reservado a determinados individuos que recibían una iniciación particular para poder tener acceso.

    El concepto nuclear es que la ingestión de esta bebida asegura la inmortalidad y convierte al que la consume en un semidios. Igualmente es creencia generalizada que los dioses son tales porque han bebido ambrosía y conservan su categoría divina con la condición expresa de seguir bebiéndola. Este haoma fue robado a los dioses y entregado a los hombres —variante del rito prometeico—; un águila fue la portadora a fin de que también ellos pudiesen convertirse en dioses. Desde entonces, los huéspedes del panteón son tributarios de los mortales: si éstos llegasen a perder la fe, si dejasen de «exprimir el haoma para los dioses», de acuerdo con la fórmula consagrada, los Inmortales conocerían la muerte, desaparecerían; comportando el fin del mundo (el crepúsculo de los dioses).

    Los aspectos mágicos del haoma gozaron de un gran prestigio, básicamente entre la aristocracia, puesto que el sacrificio del haoma tiende a convertirse en la norma de la liturgia solemne, la que concierne al rey y a los jefes del clan. Esto se debe a que al principio este tipo de ceremonia pertenecía a la iniciación propia de los guerreros y a la renovación de  la misma cada vez que una expedición militar se preparaba o acababa.

    Cuando la religión dominante en Irán, como en la India, pasó a ser la del príncipe, con la constitución de los primeros imperios, el resto de clases de la sociedad pidieron y consiguieron participar en el ritual del haoma, de modo que en la época clásica de las religiones védica y avéstica (hacia el siglo X a.C.) todo sacrificio importante comportaba un prensado y una libación de haoma (soma en la India de los vedas).

    La consumición del haoma provocaba una especie de embriaguez o de trance extático. En tal estado los guerreros supuestamente adquirían fuerza, valor y furor (aêshma en avéstico, furor en latín e hybris en griego), merced al cual llevaba a cabo sus proezas en el campo de batalla, cosechando victorias.

    Se ignora la planta de la que se extraía este jugo, pero no cabe duda que era alucinógena, una bebida tóxica. El alcohol queda completamente excluido puesto que los textos dicen que debe ser reservado para las fiestas profanas.

    En todo el dominio indoeuropeo los misterios con este componente extático suscitaban la hostilidad de los sacerdotes, en nombre de la moral y de la dignidad del culto. Ello explicaría que el secreto del néctar de los dioses se haya perdido en Occidente, hace siglos, sobre todo entre griegos y romanos, que no guardaban más que un recuerdo mítico. Únicamente se conservó en ciertos círculos muy cerrados, como es el caso de los celtas y los germanos hasta el advenimiento del cristianismo.

    En Irán, Zaratustra encarna esta beligerancia contra la ingestión de alucinógenos expresándose con vehemencia. En uno de los cantos, Gathas (Gâthâs), el Yasna 48, califica el haoma de «porquería» y lo acusa de inspirar a los guerreros la mentira, la crueldad, la violencia gratuita (en las estrofas 10 a 12), que engendran «malos príncipes». Zaratustra asocia en su reprobación los encantamientos del haoma y el sacrificio de víctimas animales, apartándolos de la vida cotidiana para establecer el Buen Orden (Arta o Asha) a la vez religioso y político (kshatra, el Imperio) en el que los hombres puedan dedicarse pacíficamente a criar su ganado mientras veneran al dios único Ahura Mazda. El resto de divinidades del panteón indo-iranio son rebajadas por Zaratustra a la categoría de demonios perniciosos.

El panteón mitológico iranio preislámico

Las tradiciones indoeuropeas estaban lo suficientemente vivas en la sociedad irania como para que la concepción del mundo continuase siendo idéntica antes y después de las predicaciones de Zaratustra; quien no cesa de afirmar su fidelidad a los ideales arios (âryas). Dice Zaratustra que ha venido para restablecer que no abolir la Buena Religión, que a su juicio ha caído en decadencia.

    El teólogo Zaratustra consiguió, voluntaria y conscientemente, reorganizar el patrimonio cultural del que era heredero. Habla del Destino misterioso (daïwam, en sánscrito; anankê, en griego; fatum, en latín) al que los dioses están sometidos de la misma manera que todos los seres vivos y el propio universo. En este destino bastaba con apreciar una voluntad consciente, una sabiduría capaz de transformar el politeísmo arcaico en un monoteísmo.. Esta voluntad, esta sabiduría, no pueden ser sino el atributo esencial de una personalidad divina —por fuerza única— a la que Zaratustra atribuye el nombre de Señor Sabio, es decir, de «Dios en el que se encarna la Sabiduría», «la Sabiduría en forma de Poder».

Ahura Mazda. Talla sasánida. Biblioteca Nacional de París.

    Esta Voluntad se manifiesta en el mundo de maneras diversas, de acuerdo con las circunstancias y las necesidades: aquí se comporta como creadora, allí como destructora, más allá preside la germinación de las plantas y el crecimiento de los animales; concede la victoria a un ejército sobre otro, hace salir el Sol, inspira los pensamientos de los hombres de bien; gracias a ella el fuego calienta, el agua quita la sed, las vacas dan leche; y así hasta con todo. Y puesto que los hombres de su tiempo creían que era necesario un agente para cada una de estas funciones cósmicas, Zaratustra explicó a sus discípulos que estas llamadas divinidades no eran en realidad más que genios («ángeles») creados por Ahura Mazda con el fin de que desempeñasen el papel de guardianes-responsables. De este modo, un considerable número de divinidades que en la religión arcaica gozaban de un estatuto de autonomía personal prestigioso, con su nombre, función y morada concedida, se vieron confinadas a la condición de serviciales subalternos (yazatas) del Señor Sabio.

Daevas y Ahura

La lucha por el poder universal para consagrar al rey de los dioses. Esta pugna enconada se establece entre los dioses provenientes del mundo superior, habiendo tomado unos libremente el partido del Bien y los otros, también por libre elección, el del Mal; que coexisten eternamente.

    La coexistencia no puede ser pacífica y es imprescindible decantarse por un bando. El universo es un campo de batalla y el destino de cada ser, mortal o Inmortal, queda marcado por el lugar que ocupa en el combate. Además, y es la clave, el universo no puede sobrevivir más que en la medida en que el Orden se imponga sobre el Desorden gracias a la valentía de aquellos que se alistan en el lado correcto.

    Los indoeuropeos tenían una concepción del mundo como formado por una multitud de partes combinadas entre sí a fin de formar un Todo: el Bien era el ajuste correcto (arta, en iranio; rita, en sánscrito) de los elementos constitutivos; el Mal, su disociación (an-rita, en sánscrito). El Arta, también denominado asha, es la Realidad verdadera de las cosas, su verdad; a ésta se opone la Druj (druh, en sánscrito), que es el engaño, la mentira, la falsedad y la irrealidad.

    Zaratustra profesa que los Daevas (los Dioses, en sánscrito Devas) han optado por la Druj, toda vez que el Ahura-por-excelencia, promovido al rango de Divinidad Suprema, Ahura Mazda, el Señor Sabio, se ha convertido en el campeón del Arta. Zaratustra ha invertido la perspectiva anterior, ya que con su predicación es preciso maldecir a los Daevas en lugar de ofrecerles sacrificios y venerarlos. Ha suprimido la mitología desde el momento en que el campo de los antiguos Asuras indo-iranios queda absorbida en la persona única, solitaria, todopoderosa, del Ahura que representa la sabiduría perfecta.

    Los Daevas son relegados al rango de demonios inferiores, conformándose con atormentar a los humanos, tentarlos y confundirlos con sus mentiras a fin de conseguir que actúen en contra de la Buena Religión. Pero bastan unos sencillos exorcismos para alejarlos: el Avesta comporta también una sección específica llamada Videvdat (Vidêvdât o Vendidâd), «Ley contra los Demonios», en la que se incluye una lista de los gestos que hay que hacer y de las fórmulas que hay que pronunciar en las diversas ocasiones en las que podrían manifestarse los demonios.

    Zaratustra explica en el Yasna 30, estrofa 11:

«Si vosotros, los hombres, comprendéis las consignas que el Sabio (Ahura Mazdâ) ha dado: bienestar y suplicio, largo tormento para los malvados y salud para los justos, todo irá para mejor a partir de entonces.»

Autor
Redacción