El pensamiento nómada

El movimiento, en todas sus acepciones, preside y dirige la acción humana del individuo.

Las sociedades nómadas más o menos numerosas que dispersas recorrían el mundo, no pocas veces al albur de la casualidad aunque también según la guía del instinto, aparecen comparables entre sí pese a su diversidad catalogada empíricamente.

    El concepto nómada o nomadismo abarca de hecho realidades varias. Los cazadores-recolectores y pastores nómadas se desplazan cerca o lejos con mayor o menor frecuencia; los primeros explotan los objetos salvajes y los segundos los objetos domésticos que mediatizan su relación con el medio natural. Las sociedades nómadas se distinguen entre ellas por el matiz de su economía, por la amplitud y frecuencia de sus desplazamientos en contraposición a las sociedades afincadas, las sociedades sedentarias.

    Además de este carácter itinerante, las sociedades nómadas presentan otras características comunes que reflejan su nivel de pensamiento, una actitud compartida en lo referente a la dimensión sobrenatural y la religión, y la peculiar visión del mundo cotidiano.

El estereotipo tradicional del pastor nómada lo describe como un ser libre, individualista, desasido de organización social e imperio de una jefatura; pero se trata de un análisis objetivo en la medida en que deriva de la percepción que el nómada tiene de sí mismo. En contacto estrecho con las sociedades sedentarias, esta «autodefinición» será aún más pronunciada, afirmando así, de un modo deliberado, la diferencia entre las ideologías nómadas y las sedentarias.

    Los pastores nómadas tienen una visión realista del mundo y una vida ceremonial bastante pobre; practican la adivinación sin que la magia está poco extendida entre ellos. La religión, el sentimiento trascendente, se centra más sobre el individuo que sobre el grupo y, de hecho, el panteón de mitologías albergando un gran número de figuras divinas es más frecuente entre los agricultores, la sociedad sedentaria. Aunque los nómadas prestan poco interés «ceremonial» a la religión y expresan las manifestaciones de lo sobrenatural en «términos estoicos», ello no quiere decir que las suyas sean sociedades «secularizadas».

    La mitología de las sociedades de cazadores-recolectores evidencia por su parte similitudes notables. Los mitos sobre el origen de la sociedad son en apariencia universales, surgidos del mismo molde. En estos mitos, el héroe cultural crea la raza humana y sus costumbres, domestica el fuego, enseña las artes y las técnicas, da forma al paisaje y a los animales. En la cosmología, los espíritus no son dioses; los héroes culturales o los espíritus creadores ya no intervienen en los asuntos de los hombres y por esa razón no se les rinde culto, porque tienen que ver con la ideología existencial y no con la ideología normativa.

    Del mismo modo que en la sociedad nómada el acento recae sobre la persona, el mundo de los espíritus también se ha individualizado; al igualitarismo del grupo se corresponde una ausencia de jerarquía entre los espíritus. El individuo trata directamente con la dimensión sobrenatural, a excepción del chamán-sanador, como representante designado para el trato con el más allá; aun no siendo segura ni decisiva su intermediación.

    El héroe cultural que ofrece el mundo conocido, hollado o probable, a los seres humanos después de haberlos creado no es completamente ajeno a las sociedades nómadas, pese a su característica por priorizar el aspecto existencial de la ideología, así como el igualitarismo: la ausencia de jefes autoritarios y la de un cierto tipo de poder que en consonancia excluye ciertos tipos de figuras divinas. Obviamente, los cazadores nómadas prestan poca atención a aquello que no les atañe directamente.

El conocimiento será una manera de vivir más que una regla. Y es precisamente en su comportamiento frente al mito o a lo sobrenatural, más que por el contenido de ambos, donde comienzan a manifestarse los indicadores de una mentalidad, un pensamiento propio de los nómadas. Así, en los cazadores-recolectores pueden observarse algunos rasgos que ya aparecían en los pastores, y que difieren profundamente de la actitud religiosa de las sociedades sedentarias. Conviene apuntar que el estudio del comportamiento ritual y simbólico, desde la concepción etnológica, se halla vinculado a las categorías establecidas por las sociedades sedentarias, impidiendo o condicionando la respuesta hacia una ausencia o casi del fenómeno religioso entre los nómadas: no sólo es discutible la sentencia sino erróneamente discriminadora.

    Algunos ritos centrales de las sociedades nómadas devienen, como es imaginable, de la migración en sí misma; no se expresan mediante actos simbólicos innecesarios técnicamente o accesorios exóticos; no responden tanto a los aspectos utilitarios de las actividades como al movimiento y a su forma dramática, al significado implícito en la secuencia de sus actividades. ¿Por qué una actividad importante desde el punto de vista económico no puede alcanzar también ese grado ritual y simbólicamente? Los desplazamientos de los nómadas son más que trayectos económicos: están motivados, determinados ritualmente.

    Las presiones medioambientales y el agotamiento de los recursos de la Naturaleza que soporta el grupo hacen que el nomadismo sea necesario, y sus exigencias provocan que tanto el pensamiento como la práctica religiosa se vean restringidas. La adaptación al entorno es un factor dirimente del comportamiento del grupo. Por ende, la movilidad que caracteriza las sociedades nómadas constituye el hecho central de su organización, pero a la vez es el principal obstáculo para comprender ecuánimemente su mentalidad.

    Hay que postergar la tendencia a creer normales los lazos fijos y permanentes que se establecen entre grupos de personas, mientras que los lazos débiles y temporales se consideran anormales y necesitados de una explicación particular.

    Las migraciones de los cazadores o de los pastores sobrepasan aquellas que los imperativos del mundo natural o el acceso a los recursos obligarían. La fluidez y el constante ir y venir, tanto de los grupos como de los individuos en el interior de los grupos, tienen una función social: permiten asegurar el orden, la resolución de los conflictos y, paradójicamente, la cohesión, puesto que las líneas de fusión y de fisión de los grupos y de los individuos no coinciden necesariamente con las del parentesco.

    Entre los nómadas, las relaciones sociales se activan a través del movimiento: la proximidad o la distancia no son pertinentes y el espacio es, en este sentido de acercamiento-alejamiento, negado. De ahí que el nómada no tenga la impresión de habitar en un mundo donde el hombre domina. Está controlado por los objetos y no por las personas; su cosmos no es antropomórfico y por lo tanto no hay necesidad de mantener relaciones con seres no humanos ni con conjuntos de símbolos a través de los que podría establecer una comunicación con estos últimos.

    El nómada no pretende mejorar el medio donde habita. En este sentido, está controlado por objetos y por un mundo «salvajes» y se halla en contacto directo con la Naturaleza. En caso de dedicarse al pastoreo, los animales domésticos por medio de los cuales explota los objetos salvajes mediatizan esta relación con la Naturaleza. Sea cazador-recolector o pastor, el nómada no impone su Cultura a la Naturaleza, como hace el sedentario. Movilidad y fluidez de los grupos y en los grupos, sociedades descentradas, o mejor con múltiples centros, igualitarismo, contacto directo con la Naturaleza: tales son los polos que podrían afectar a la ideología de los nómadas y que se reflejarían en las representaciones colectivas y en el ritual.

Sirvan estos modelos citados para intentar definir la conducta nómada, el nomadismo, y la ideología que lo perfila como un cierto tipo de comportamiento, probable, más que como un modo de producción económica o una variable prefigurada por el entorno. Esta actitud particular frente a lo sobrenatural y al mundo simbólico se rige por esa mentalidad o pensamiento nómada, que participa del pensamiento salvaje al tiempo que mantiene su personalidad; la especificidad de un pensamiento donde lo normal no es lo fijo, y donde lo fluido y lo móvil son el orden y no el caos.

Autor
Redacción