Ha llegado el esperado tras un azaroso viaje. La esperada ha llegado de su previsto viaje. Los dos han llegado al punto de encuentro, quizá sin saberlo, a hora parecida, en condiciones similares.
Puestas las miradas en ellos sin que la inmediatez los atosigue.
Diligencia en el cumplimiento del deber. Ante todo profesionalidad y eficiencia.
Obren como saben y deben los serviles instrumentos de la apariencia.
Acudan prestos los serviles y rehabiliten las fisonomías que los trayectos prolongados ajan, debilitan, ensombrecen.
¡Quién fuera él!, quizá piense el atento servicio.
¡Quién como ella cautivase!, quizá suspire la devota atención.
Dioses mundanos parecen, asequibles, conmovidos a veces. Él observa la mano que le pertenece por agua limpia rociada, al final del brazo, extremidad cincelada con arte; ella observa el fiel reflejo de la imagen perfecta, lo más perfecta que estime y aplauda el juicio del prójimo, delineada con mimo. Él recuesta su apolínea figura y decide que lo merece, que merece cuanto de placentero y redimidor de míticas fatigas, de legendarias aventuras, de anuncios fabulosos, los serviles le dispensan; ella, altiva y galana, hermosa y admirable, recibe la caricia apasionada de los serviles alientos, la entrega del agasajo a la ofrenda.
Nada malo hay en admirar la belleza, en venerarla y servirla para que crezca y contagie; o, desde la modestia de una aspiración mayúscula, para que tales bellezas iluminen los caminos soñados que sólo un divino privilegio, y una humana aceptación, recorren los cuerpos áureos en sus mágicos transportes.
Caminos de fantasía, ideados por un sueño común, difundido y recreado a voluntad del narrador, de imposible cumplimiento, de maravillosa factura y grado embriagador.
Cada cual a lo suyo: el mito a servir de ejemplo y el espectador a conservarlo indemne de vestigio mortal.